Cuando Harper’s Island se estrenó en 2009, muchos la recibimos con altas expectativas. La idea era potente: trece episodios, una isla aislada, una boda como excusa y un asesino que, capítulo a capítulo, iría asesinando al grupo de invitados. Parecía la oportunidad perfecta para trasladar a la televisión la esencia del cine slasher.
En su momento, la serie decepcionó a buena parte del público (yo incluido), porque intentábamos verla con las mismas exigencias que aplicamos a un thriller serio o a un drama de terror. Hoy, con la distancia, creo que Harper’s Island merece reivindicarse como lo que realmente fue: una propuesta que abrazó el mamarrachismo del género, con giros imposibles, personajes estereotipados y un desfile de muertes tan gratuitas como entretenidas.

El encanto del cliché
Los personajes parecían salidos directamente de un manual de clichés: el guapo chulito, la rubia insoportable, la protagonista destinada a sobrevivir, la niña inquietante que siempre oculta algo… En lugar de profundizar en ellos, la serie los convirtió en fichas de un tablero sangriento, que se movían solo para ser eliminadas en el momento oportuno.
Ese desapego que muchos sentimos en su momento —“me da igual quién muera”— hoy se entiende como parte del juego. El espectador no estaba allí para encariñarse, sino para disfrutar de la carnicería, de los giros absurdos y de la forma en que la trama se iba enredando sin miedo al ridículo.
Matar por matar… y luego matar a todos
El ritmo narrativo también resulta curioso visto en retrospectiva. Los primeros episodios parecían “matar por matar”, como un slasher clásico que necesita su cuota de sangre para mantener la atención. En los últimos, la sensación era la contraria: había que acelerar porque la serie se acababa y todos debían caer.
Este vaivén, que en su momento resultó frustrante, hoy puede verse como parte del encanto camp que hace que Harper’s Island destaque frente a propuestas más solemnes del género.

Una rareza dentro de la televisión
Lo que hizo especial a Harper’s Island fue su apuesta formal: trece episodios cerrados, con un misterio central y la promesa de que cada semana alguien caería. Pocas series se han atrevido a llevar la fórmula slasher de forma tan directa a la televisión en abierto.
Sí, la serie era excesiva, incoherente y muchas veces ridícula, pero ahí está parte de su valor. No intentó disfrazar lo que era: un gran espectáculo sangriento en prime time, hecho para sorprender, exagerar y divertir.
¿Vale la pena verla hoy?
Si buscas una historia sólida, personajes memorables y un misterio bien construido, probablemente no. Pero si te atrae la idea de un slasher televisivo que abraza sin complejos lo absurdo, Harper’s Island puede ser una experiencia muy divertida.
Más que una decepción, con la perspectiva del tiempo, la serie puede leerse como una rareza entrañable que intentó llevar un género muy cinematográfico a la televisión, sabiendo reírse de sí misma mientras lo hacía.