¿Did I fall asleep? Cuando hablamos de Joss Whedon, es imposible no pensar en Buffy, cazavampiros, Firefly o Angel. Su estilo, lleno de diálogos rápidos, humor ácido y personajes entrañables, marcó una época en la televisión. Por eso, cuando en 2009 estrenó Dollhouse, muchos esperábamos otra obra maestra. Sin embargo, la serie nació con más obstáculos de los que parecía poder superar.
Una premisa intrigante
La idea era prometedora: una organización secreta que “programa” a sus agentes con personalidades y habilidades diseñadas a la medida de cada misión. Un terreno perfecto para mezclar acción, dilemas éticos y drama psicológico. El problema fue que el piloto impuesto por la cadena Fox resultó tibio, alejado del verdadero sello de Whedon. La historia tardó demasiado en arrancar, dejando a más de un espectador confundido o poco enganchado.

El peso de Echo y la apuesta por Eliza Dushku
El corazón de la trama era Echo, interpretada por Eliza Dushku. El papel no era sencillo: debía encarnar a la “muñeca” vacía y, al mismo tiempo, a las múltiples identidades que le implantaban. Aunque Dushku ya era conocida por su carismática Faith en Buffy y Angel, aquí se puso en evidencia que su rango interpretativo era limitado. Con el tiempo mejoró y se hizo con el personaje, pero nunca alcanzó la complejidad que el personaje exigía.
Curiosamente, otros “activos” como Sierra (Dichen Lachman) y Victor (Enver Gjokaj) demostraron tener mucho más para ofrecer, aunque el guion los desaprovechó durante buena parte de la serie.
Personajes que crecieron con el tiempo
Uno de los más polémicos fue Topher, el genio detrás de la tecnología de la Dollhouse. En la primera temporada resultaba irritante, una especie de eco de Xander en Buffy con sus bromas y gestos exagerados. Sin embargo, en la segunda temporada evolucionó, mostrando vulnerabilidad y profundidad, especialmente en su relación con la científica Bennett Halverson (interpretada por Summer Glau).
Paul Ballard, el agente del FBI que descubre la existencia de la organización, cumplía con su papel de contrapunto moral, aunque su relación con Echo nunca terminó de ser convincente. Por otro lado, Alpha, el antagonista interpretado por Alan Tudyk, era un villano con un enorme potencial, pero cuyo desarrollo terminó siendo irregular.
Mención aparte merece Whiskey/Claire Saunders (Amy Acker), uno de los personajes más interesantes, atrapada entre su rol como activa y su vida como doctora de la casa.

La verdadera fuerza de Dollhouse
Más allá de sus altibajos, Dollhouse supo recomponerse. El final de la primera temporada y gran parte de la segunda ofrecieron un espectáculo mucho más sólido, con capítulos memorables como The Attic. Allí sí se reconocía al Whedon en plena forma, atrevido y reflexivo.
La serie logró construir tres niveles narrativos:
- El pasado de Caroline, la mujer detrás de Echo.
- El presente en la Dollhouse.
- Y un inquietante futuro mostrado en los episodios Epitaph One y Epitaph Two.
Una serie que merece una segunda oportunidad
El mayor defecto de Dollhouse fue su comienzo errático, víctima de decisiones ejecutivas y de un enfoque demasiado disperso. Pero una vez pasada esa barrera inicial, se transformó en una historia oscura, con dilemas éticos, personajes complejos y un desenlace que cerró dignamente sus dos temporadas.
Puede que no haya alcanzado el nivel icónico de Buffy o la devoción de Firefly, pero Dollhouse se ha convertido con el tiempo en una serie de culto, incomprendida en su estreno y valorada con el paso de los años.
¿Did I fall asleep? Quizá, pero al despertar descubrimos un universo tan inquietante como fascinante.