Con Iron Man 3 llegó a los cines en 2013 la última aventura en solitario de Tony Stark, poniendo fin a la trilogía del superhéroe más carismático de Marvel. Pero la película no solo cerraba una etapa, también abría oficialmente la “Fase 2” del universo cinematográfico de Marvel, preparando el terreno para títulos como Thor: El mundo oscuro, Capitán América: El soldado de invierno y, finalmente, Vengadores: La era de Ultrón. La expectación era máxima: Marvel prometía un villano temible y una historia épica que pondría a Stark contra las cuerdas. El resultado, sin embargo, dejó a muchos espectadores —entre los que me incluyo— con una sensación amarga, casi como si nos hubieran tomado el pelo.

En esta entrega, Tony Stark (Robert Downey Jr.) se enfrenta a un enemigo aparentemente invencible que no solo amenaza al mundo, sino que destruye su universo personal. Forzado a replantearse su identidad como héroe, Stark inicia un viaje que lo confronta con su pasado y lo obliga a redescubrir quién es sin la armadura. La premisa, sobre el papel, suena prometedora. El problema es lo que termina ocurriendo en pantalla.
Marvel construyó toda la campaña promocional alrededor del Mandarín, un villano mítico en los cómics, presentado como un enemigo implacable y aterrador. Sin embargo, el giro que se plantea en la película convierte a lo que debía ser un antagonista memorable en poco más que una broma. El resultado es un villano ridículo, que no genera ni miedo ni respeto, y cuyo trasfondo carece de la fuerza necesaria para sostener la historia. Si Marvel quería jugar con las expectativas del público, necesitaba un guion mucho más sólido para que el truco funcionara. Aquí, simplemente, fracasa.
Eso sí, hay que reconocer que Iron Man 3 entretiene. Las escenas de acción son espectaculares, los efectos visuales impresionan y, por primera vez, Pepper Potts (Gwyneth Paltrow) tiene un papel más activo y decisivo. Robert Downey Jr. sigue brillando en el personaje que lo consagró, y Ben Kingsley entrega una actuación divertida aunque desperdiciada por el mal planteamiento de su personaje. También es justo decir que la película mejora respecto a Iron Man 2, aunque la barra no estaba demasiado alta.

El gran problema, más allá del villano, es el tono. Cada vez que la película alcanza un momento de tensión o epicidad, lo sabotea con un chiste forzado, restando impacto emocional a la trama. El humor funciona en pequeñas dosis, pero aquí se siente invasivo, repetitivo y, en ocasiones, absurdo. A esto se suma un guion que desaprovecha a personajes como el de Rebecca Hall, introducidos sin verdadero desarrollo ni relevancia.
En definitiva, Iron Man 3 es una película entretenida y espectacular en lo visual, pero irregular en lo narrativo. Ofrece grandes momentos de acción, un Tony Stark vulnerable y una Pepper Potts más presente, pero falla en lo esencial: construir un villano a la altura y un relato que deje huella. Para ser el cierre de la trilogía de Iron Man, deja la amarga sensación de que Marvel pudo —y debió— dar mucho más.

