Crítica de ‘El talento’, la interpretación más madura de Ester Expósito

El talento es la nueva propuesta de Polo Menárguez, un director que ya había demostrado su capacidad para crear atmósferas inquietantes en títulos anteriores y que ahora, junto a Fernando León de Aranoa en el guion, se adentra en un relato tan incómodo como fascinante. Protagonizada por Ester Expósito y Pedro Casablanc, la película se convierte en un retrato descarnado de los abusos de poder y de cómo la intimidad puede transformarse en un espacio de manipulación y dolor.

La historia nos presenta a Elsa, una violonchelista interpretada por Ester Expósito, que llega a una fiesta con la ilusión de cumplir un sueño, de disfrutar un momento que parece estar a su favor. Pero pronto todo se quiebra, y lo que parecía un simple encuentro se transforma en un camino de oscuridad y sometimiento. Lo que en apariencia comienza como un conflicto doméstico, poco a poco va revelando capas más densas y turbias, hasta desembocar en una narración que incomoda, sorprende y sacude al espectador. Esa progresión, construida con calma y precisión, consigue que la atmósfera se vuelva cada vez más espesa, envolviendo a quien mira en un estado de inquietud constante.

La música es aquí un elemento fundamental. La banda sonora, compuesta por Carla F. Benedicto casi enteramente con instrumentos de cuerda, no solo acompaña: se convierte en un personaje. Nos guía emocionalmente, da ritmo, estructura y convierte lo que vemos en algo memorable. En El talento, los violonchelos, violines y contrabajos laten junto a Elsa, transmitiendo tanto fragilidad como tensión. Sus partituras se van afilando poco a poco, como cuchillas invisibles, reflejando el descenso del personaje hacia un espacio cada vez más opresivo. Esa sensación de control, precisión y perfección que transmiten los instrumentos encaja con la personalidad de Elsa, con su lucha silenciosa, con su vulnerabilidad convertida en fuerza. La música aquí no está detrás, no es un simple acompañamiento: respira con ella, se comunica con el espectador y se convierte en el pulso mismo de la historia.

Uno de los grandes aciertos de la película está también en sus interpretaciones. Ester Expósito, en un papel que huye del encasillamiento, ofrece un trabajo maduro y cargado de matices. Su Elsa transmite tanto vulnerabilidad como entereza, dejando claro que la actriz atraviesa un momento clave en su carrera. Pedro Casablanc, por su parte, aporta solidez y un magnetismo perturbador que sostiene gran parte de la tensión narrativa. La química incómoda entre ambos se convierte en el motor del relato, en el espejo donde se refleja el abuso de poder y la falsa idea de elección que tantas veces se impone sobre la víctima.

Visualmente, El talento sabe sacar partido de la sobriedad. Menárguez apuesta por una puesta en escena contenida, con silencios, miradas y encuadres que dicen más que las palabras. Esta decisión refuerza la incomodidad, al tiempo que dota al filme de un aire sombrío que dialoga perfectamente con la trama. La dirección no busca adornos innecesarios: la crudeza está en lo que muestra, pero también en lo que deja fuera de campo, obligando al espectador a rellenar con su propia incomodidad lo que no se dice ni se enseña.

El guion, sin embargo, no está exento de irregularidades. Hay momentos en los que la progresión resulta algo predecible y ciertas escenas pierden parte de su fuerza por reiterar ideas que ya habían quedado claras. Aun así, la película se sostiene gracias a la densidad de su atmósfera, a la potencia de sus intérpretes y, sobre todo, a la presencia arrolladora de la música, que amplifica cada emoción y convierte la experiencia en algo más intenso y profundo.

En definitiva, El talento es una obra arriesgada, incómoda y necesaria. Puede que no sea una película fácil ni complaciente, pero precisamente ahí radica su valor. Al hablar sin rodeos de manipulación, deseo y opresión, y al apoyarse en interpretaciones sólidas, en una dirección precisa y en una música que se transforma en un personaje más, consigue generar un impacto emocional que trasciende la pantalla. No es un filme perfecto, pero sí uno que invita a la reflexión y que confirma a Ester Expósito como una actriz dispuesta a dar pasos más ambiciosos en su trayectoria.

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