Estas últimas dos semanas he vuelto a Hawkins. Tocaba revisionar Stranger Things para prepararme para la llegada de su quinta temporada, la última, y me he dado cuenta de algo curioso: nunca había escrito realmente mi opinión sobre la serie. Sí que grabé en su día un vídeo en YouTube comentando mis impresiones de la tercera temporada antes de su estreno, pero, más allá de eso, nunca me había sentado a poner en palabras todo lo que esta historia ha supuesto para mí.
Y lo cierto es que Stranger Things es, sencillamente, una serie maravillosa. Cuatro temporadas que me fascinan —todas, cada una de ellas— y que, revisionadas con perspectiva, funcionan incluso mejor de lo que recordaba. Es de esas ficciones que te atrapan desde lo emocional, desde la nostalgia, desde la aventura… pero que también te retienen por la fuerza de sus personajes.

Un viaje construido con personajes memorables
Hawkins no sería Hawkins sin los personajes que la habitan. Si algo he redescubierto en este revisionado es cuánto cariño he terminado cogiendo a personajes como Nancy o Max. Cada uno con sus matices, con sus momentos de vulnerabilidad, con su propia evolución, forman parte esencial de por qué Stranger Things funciona tan bien. No es solo una serie de fenómenos extraños, portales y conspiraciones: es una serie de personajes.
De hecho, creo que ahí reside una de sus mayores fortalezas. La nostalgia ochentera es un envoltorio precioso y efectivo, pero si Stranger Things se hubiese quedado solo en eso, hace tiempo que la hubiéramos olvidado. Son las relaciones, los lazos entre los personajes, sus conflictos y cómo afrontan el horror, lo que convierten la serie en un fenómeno emocional además de cultural.
Adictiva, emocionante y épica
Es inevitable: cada temporada te deja con el corazón en un puño. Los Duffer Brothers han demostrado tener un talento especial para construir finales que te dejan sin aliento y con ganas de muchísimo más. Su combinación de terror juvenil, aventura clásica y drama hace que Stranger Things sea una experiencia adictiva como pocas.

A nivel visual, la serie es espectacular. Cada temporada da un salto de ambición —y presupuesto— y siempre consigue sorprender. La música, tanto la banda sonora original como la selección de temas, se ha convertido en una seña de identidad. Y qué decir de las interpretaciones: sólidas, naturales y llenas de alma. Pero… no todo es perfecto.
La gran espina: un fenómeno irregularmente distribuido
Si hay algo que sí empaña un poco la experiencia global es la irregularidad con la que Netflix ha lanzado la serie. Entre temporadas han pasado años, demasiados, especialmente para una ficción que vive tanto del entusiasmo colectivo y del boca a boca. Hemos tenido solo cuatro temporadas (ahora una quinta) —y además cortas— en casi una década.
Es un fenómeno, eso es indiscutible. Pero no puedo evitar preguntarme:
¿os imagináis lo enorme que podría haber sido si hubiera mantenido un ritmo de emisión constante y regular?
La cultura popular se alimenta del impulso, de la conversación activa, y Stranger Things ha tenido que reconstruir ese momentum varias veces. Aun así, su impacto es innegable y, tal vez, esa espera entre temporadas también ha contribuido a aumentar la expectación y el cariño por la serie.
A las puertas del final
Con la temporada final a la vuelta de la esquina, Stranger Things vuelve a estar en boca de todos. Y revisitarla ha sido un recordatorio de por qué se ha convertido en una de las series más queridas de la era del streaming.
Nos despediremos pronto de Hawkins, de Eleven, de los Byers, de Steve, de Dustin… pero lo que ha construido esta serie va mucho más allá de sus capítulos. Es un viaje generacional, emocionante y profundamente humano.

